Este artículo podría reducirse en una simple frase: Un panfleto a evitar. Empecemos por lo salvable, Concha Velasco que, si bien la tengo en estima como actriz y profesional, supongo que por la necesidad de aclarar sus deudas con Hacienda y sanear su economía personal (algo totalmente lícito) ha aceptado este papel del todo punto fuera de su caché. Ya hemos salvado todo lo salvable.
Porque todo lo demás supone un insulto; al buen gusto, al buen teatro, al público, al arte, y a la expresión cultural como un ejercicio de libertad de expresión y denuncia política.
La vida por delante es la mejor expresión de un pastiche postmoderno que, investido por un supuesto aura intelectual y de reflexión, alecciona sobre todos los grandes males de la sociedad actual. Si, digo bien, TODOS. Porque no deja uno sin caricaturizar y destrozar con la coraza de la expresión artística. Porque ahora se llama a todo arte y cultura. Aunque, como se ha puesto ahora de moda decir, la cultura no es arte, es una industria. Industria desde luego que es esta obra, porque, tras aguantar una hora y tres cuartos de pisto social, lo único que queda claro es el interés económico de representar esta obra. Tocan de todo; la enfermedad, la prostitución, la eutanasia, el conflicto árabe-israelí, la inmigración y la exclusión social y si hubieran tenido tiempo estoy seguro que la subrogación gestacional hubiera tenido un guiño en esta pieza deleznable que roza lo ilegal.
Pero no todo se lo debemos atañir a la obra, al productor y a la dueña del teatro que ampara esta obra y que, no sabemos si consciente o inconscientemente, ha influido en la actriz protagonista hasta en los movimientos y andares clásicos que la hicieron famosa. También se lo debemos al público. Un colectivo anónimo que todos los días aplauden a raudales la representación burda de los principales problemas que acucian a nuestras sociedades y que, con una superficialidad y ligereza rallanas en la necedad encandilan a espectadores y espectadoras que ríen a mandíbula batiente cuando alguien se autodenomina “hijoputa”. Si la industria es un derecho, quiero que me devuelvan mi dinero.